martes, 24 de agosto de 2004

ElevatioN

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El hombre es un ser pensante, pero sus grandes obras las realiza cuando no calcula ni piensa. Debemos reconquistar el “candor infantil” a través de largos años de ejercitación en el arte de olvidarnos de nosotros mismos. Logrando esto, el hombre piensa sin pensar. Piensa como la lluvia que cae del cielo; piensa como las olas que se desplazan en el mar; piensa como las estrellas que iluminan el cielo nocturno, como la verde fronda que brota bajo el tibio viento primaveral. De hecho, él mismo es la lluvia, el mar, las estrellas, la fronda.
Una vez que el hombre haya alcanzado ese estado de evolución ”espiritual”(...) no necesita como el arquero, de arco, flecha ni blanco, ni otros recursos. Se sirve de sus miembros, de su cuerpo, cabeza y órganos.

La “Doctrina Magna” del tiro de arco

Según ella, ahora como antes es una cuestión de vida o muerte, por cuanto concierne a un enfrentamiento del tirador consigo mismo; y ese modo de oposición no es pobre sustituto, sino el fundamento sustentador de todo enfrentamiento con el exterior. (...) El acceso está abierto sólo aquellos que se acercan con el corazón “puro”, es decir, libre de segundas intenciones.
(...) Porque para ellos (los maestros arqueros), el enfrentamiento consiste en que el arquero tira a sí mismo – y sin embrago no a sí mismo- y que entonces tal vez haga blanco en sí mismo – y sin embargo no en sí mismo- de modo que será a un tiempo el que asesta y el que es asestado, el que acierta y el que es acertado. Entonces surge lo último y lo más excelso: el arte deja de ser arte, el tiro deja de ser tiro, será un tiro sin arco ni flecha; el maestro vuelve a ser discípulo; el diestro, principiante; el fin, el comienzo; el comienzo, la consumación.

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Sus vivencias, victorias y transmutaciones, mientras sigan siendo “suyas”, han de ser vencidas y transmutadas una y otra vez, hasta tanto todo lo suyo esté aniquilado. Sólo así se echa la base para las experiencias que (...) lo despiertan a una vida que ya no es su vida cotidiana y personal. Vive sin que siga siendo él quien vive.

“Zen en el arte del trio con arco”, Eugen Herrigel (Bungaku Hakusi)


Es esto, deber del “actor” sentir en el instante de la transmutación espiritual en otros seres. La liberación y obligada perdida del ego, la no noción de tiempo, la estabilidad y esquizofrenia que confluyen, la búsqueda incansable de conectarse con lo intangible, lo cósmico, elevado, energético son justamente lo que ese instante-momento exige y precisa para darse y ser. En ese momento, y sólo así, el verdadero actor nace y muere. Y es en la práctica, hasta esa instancia del ser, que actúa lo necesario para poder dejar de actuar y convertir así al arte de la forma en un evento de la metafísica. El espectador entonces sólo puede creer lo que observa porque de hecho el actor no sólo cree ser aquel a quien interpreta sino que se ha convertido efectivamente en él. Ya no actúa, es.


Gabriela Crespo

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