lunes, 28 de marzo de 2005

EL ARREPENTIDO

Arrepentido: así me sentía por la noche de ayer. ¿Hasta ayer, yo, yo mismo,
había sido yo? Sinceramente jamás lo había pensado. “A holl new world” es lo único que tengo en la cabeza mientras me siento más vacío que nunca. ¿Soy yo el que se siente vacío o es la culpa la que lo vacía a uno? Cierro los ojos y recuerdo todo con detalle, incluso cada pensamiento de la noche:
“Demasiada austeridad en este cuarto, todo es negro, ¿cómo puede ser que no tenga otra cosa que ropa negra? Voy a ponerme las botas amarillas, las de lluvia. Un taxi quizás. No, voy a salir a caminar, mis pulmones van a agradecerlo. Y tengo que dejar de fumar esta porquería, me está haciendo mal”. Había empezado a hablar solo. Me recliné sobre el sillón, quise calmarme y ahí estaba el tomo I del Imperio romano sobre la mesita de luz. Entonces vino la duda “¿eran ellos o los griegos los que comían hasta reventar y vomitaban en tinajas para luego seguir comiendo?”. A veces me cuesta entender por qué surgen en mi ese tipo de cuestionamientos pero continué “la pregunta del millón para el superdotado número7 ¿te sientes aventurero esta noche, amigo?” y cual aprendiz que mira a su maestro y todo se vuelve cámara lenta, el alumno duda antes de responder pero firmemente contesta: “sí, me siento aventurero esta noche.” Y entonces empece a perder el control “No, yo no soy bisexual, doctor. No entiendo por qué me dice eso, pero quiero que sepa que no lo soy. ¡Mi sexualidad está muy clara, aunque por lo visto no para usted!”
Demasiados pensamientos me invadían tantas cosas me hubiera gustado decir y no lo hice, tantas cosas hubiera querido oír aunque probablemente no fueran ciertas. Pero anoche, yo mismo podía decírmelas: “De forma diametralmente opuesta a lo que usted cree la bisexualidad es común a todos. Freud decía que todos somos bisexuales, por lo que no hay razón alguna para avergonzarse. Su sueño es de lo más normal, no se aflija.” Y cuando terminé de decir eso lamenté no lograr nunca ser realmente convincente. Volví a decirme “Tengo que dejar esta mierda, definitivamente me esta haciendo daño” De todas formas había sido divertido: yo corriendo de un lado al otro de la habitación para contestar mis propias preguntas. Es que llevaba tantos días de encierro, tantos que era demasiado. Logré controlarme y volví a la idea central. “Caminar, en eso estaba. Un lindo paseo alrededor del parque”. La idea me tranquilizó. Tomé las llaves y cerré la puerta. “Curioso, nervioso, miedoso, nudoso, quejoso, mmm... morboso, baboso, engañoso, pegajoso, espantoso”. Se me acabaron las rimas y eso hizo más tedioso mi tránsito. “ Tedioso ¡ahí encontré otra!”. Pero la inspiración se había ido de nuevo. Continué mi caminata mientras buscaba otro entretenimiento como es costumbre cada vez que la ansiedad me ataca. Entonces comencé a mirar los carteles enormes apostados sobre los edificios
- “los publicistas deben consumir tanta o más droga que yo; esos slogans y esas imágenes son la prueba irrefutable de eso. A un quemado, nada más, se le ocurría que hable un cocodrilo” - el afiche de Lacoste antecedía a uno de Kosiuko- “y nadie puede negar que los creativos de esta marca sin duda alguna toman LSD, sino explíquenme ¿qué significa una chica maquillada de rosa, flotando sobre una bañera semi desnuda con bata de samurai?” De pronto vi a la policía dando vueltas e instintivamente me metí en el primer negocio que vi: una pizzería. Mal camino, pensé, pero ya estaba hecho. Ellos entraron también.
- Una fainá y una pizza, maestro-
Los oí burlarse del cancherito al que habían golpeado dos cuadras atrás. Cuando les dieron la comida, uno le dijo al otro socarronamente: - fainá esponjosa, me empomo a tu esposa- . Pero el otro no pareció encontrarle gracia. Probablemente fuera cierto y por eso no rió.
Ellos salieron de ahí y yo también. Una vez que crucé la plaza me di cuenta que no había comprado comida y que ya era el tercer día que no tragaba nada sólido. “Tengo que dejar esta porquería” - me repití. Llegué hasta la puerta y subí las escaleras del puterío. Nunca lo había hecho con una; nunca pagué por sexo; siempre tuve novia; siempre fui fiel; siempre dudar; siempre pedir permiso. “Quisiera dominar la belleza, volverla algo no bello”. Me invadió esa sensación y no encontraba motivos para refrenarla. "Demasiado encierro, tan poca vida. Tan poca." Ya no volvería atrás, estaba decidido. Me senté.
- Por 50 te hago lo que quieras.
Sin mirarla siquiera, pregunté: -¿Por aquella cuanto?-.
Con voz desganada respondió: - la nenita sale 100-
Saqué 200 del bolsillo y ésta, le hizo señas a la otra, mientras agarraba los billetes. Me levanté de la silla y me dirigí a uno de los cuartos; la que había elegido me siguió.
Nunca fui tan violento; nunca disfruté tanto; nunca me sentí más libre.
Abro los ojos. De nuevo en mi curato moviendo las piernas sin poder parar. No quiero ver más ni recordar más; no más pensar en lo que puedo llegar a ser. En este estado lo único que me apacigua es intentar frenar el molino en mi cabeza.
Adentro, yo, miro la pared. Afuera, las luciérnagas cantan y aúlla por mí, contra el marco de la ventana, el viento.

No hay comentarios.: